Cuando la abrí, me quedé helada. Mi madre estaba allí de pie.
“¿Mamá? ¿Qué haces aquí?”, pregunté.
“¡Sé que lo tienes!”, gritó.
“¿De qué estás hablando?”, pregunté, sorprendida.
“¡Sé que lo has heredado todo de la abuela!”, gritó mi madre.
“Lo único que heredé fue a Berta”, dije.
“¿Qué?”, preguntó ella, sin comprender.
“Berta, la perra de la abuela”, dije.
“¡No me mientas!”, gritó mi madre. “Has vivido con ella los últimos meses. ¡Te lo habrá dejado todo a ti! Siempre fuiste su nieta preferida”, dijo, exagerando la última frase.
“La abuela no me dio dinero, así como tampoco te lo dio a ti”, contesté.