¿Cuándo deberían los conductores mayores de 70 años considerar dejar de conducir?

Información útil:

La enfermedad de Alzheimer y otras formas de deterioro cognitivo pueden reducir la capacidad para conducir. Es mejor hablar del tema abiertamente con un médico de cabecera. Existen pruebas sencillas para evaluar los reflejos y la concentración.

3. Corazón y circulación: cuidado con los mareos repentinos
¿Un breve mareo… mientras conduce? Algunos problemas cardiovasculares, como arritmias o hipertensión arterial, pueden causar mareos, dificultad para respirar o incluso desmayos.

Qué ayuda:

Revisiones regulares, un estilo de vida saludable y tratamientos adecuados. Y lo más importante: escucha a tu cuerpo. Si no te sientes al cien por cien, deja el coche en el garaje, sin remordimientos.

4. Diabetes: cuando el azúcar en sangre afecta tu tiempo al volante
No siempre lo pensamos, pero un episodio de hipoglucemia puede causar visión borrosa, dificultad para concentrarse… o incluso pérdida del conocimiento. Y puede suceder muy rápido.

Un hábito inteligente:

Siempre revisa tu nivel de azúcar en sangre antes de conducir, ten un refrigerio a mano y avisa a alguien si te sientes débil.

5. Movilidad reducida: el movimiento también forma parte de la seguridad

Girar el volante, pisar los pedales, comprobar los puntos ciegos… conducir requiere una buena coordinación. La artritis, el dolor articular o afecciones como la enfermedad de Parkinson pueden limitar el movimiento y ralentizar las reacciones.

Opciones útiles:

Existen modificaciones en el coche (dirección más suave, transmisión automática…), así como fisioterapia para mantener la movilidad. Pero si los movimientos básicos se vuelven realmente difíciles, puede que sea el momento de replantearse la movilidad por completo.
Medicamentos: esos efectos secundarios que nublan los sentidos
Somnolencia, mareos, disminución del estado de alerta… algunos medicamentos, incluso los más comunes, pueden afectar la conducción, especialmente al combinarlos.

El hábito correcto:

Lea las etiquetas (¡sí, de verdad!) y consulte con su médico o farmacéutico. A veces, un simple ajuste marca la diferencia.

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