Siguió buscando y encontró un cuaderno escondido debajo del colchón. Lo abrió y se quedó helado. Eran anotaciones meticulosas sobre la rutina de Alesandra. Horarios de medicamentos, consultas médicas y algo que hizo que la sangre de Marina se congelara:
Sustituida vitamina prenatal por placebo. Ella no puede notarlo. Necesita debilitarse.
Marina se tapó la boca para no gritar. Alesandra no había muerto por complicaciones naturales. Había sido saboteada. Beatriz había matado a su patrona.
Pasó más páginas y encontré la respuesta en una foto antigua: una joven Beatriz al lado de un hombre guapo. En el reverso: Rodrigo y yo, antes de que ella apareciera.
La verdad explotó en la mente de Marina como una bomba. Beatriz estaba obsesionada con Rodrigo.
Fotografió todo frenéticamente. Oyó pasos en la escalera . Su sangre se congeló. Puso todo en su lugar y se escondió detrás de un armario.
Beatriz entró en el cuarto, pero no sola. Una voz femenina resonó: “¿Consiguió la información sobre la nueva empleada?” La voz era refinada, autoritaria.
“Sí, doña Cecilia. Marina Silva, 28 años. Hay un hueco en su historia. Dos años sin registros y una partida de función que no cuadra”.
Marina contuvo la respiración. Cecilia, la madre de Rodrigo.
“Excelente trabajo, Beatriz. Esta muchacha se está encariñando demasiado con mi nieto. No permitiré que una desconocida con un pasado oscuro ocupe el lugar que es mío por derecho”.
“Y el señor Rodrigo parece diferente, más presente…”
“Exactamente el problema”, respondió Cecilia con frialdad. “Está despertando de esa depresión y todo por culpa de ella. Esa Marina está destruyendo años de trabajo mío. Necesito que mi hijo siga dependiendo de mí, ¿entiende? No de una empleada cualquiera”.