n rico hombre de negocios conoce a un chico misterioso en la tumba de su hijo… Y ese encuentro inesperado cambiaría toda su vida por completo.

Durante los siguientes días, Richard trabajó sin parar, distraído, sin apenas escuchar las reuniones de la junta directiva ni las llamadas de los inversores. Su mente estaba puesta en el niño y en la conexión —si la hubiera— que pudiera tener con Leo.

Finalmente, Daniel llamó.

“Encontré algunas pistas”, dijo. “Los vecinos dicen que el niño se llama Noah. A menudo se le ve cerca del cementerio o hurgando en los contenedores de basura. Vive con su madre, Clara, en un almacén abandonado en la zona este. Ella está muy reservada. Parece que ambos están escondidos”.

—Encuéntralos. Hoy mismo —ordenó Richard.

Esa noche, Daniel condujo a Richard al edificio en ruinas. Dentro, entre escombros y moho, Richard vio el destello de una vela. Allí, en la esquina, estaba Clara, delgada, exhausta y protectora. A su lado estaba Noah, listo para huir.

—No estoy aquí para hacerte daño —dijo Richard con dulzura—. Te vi en el cementerio. Me llamo Richard Levinson. Esa era la tumba de mi hijo.

Clara bajó la mirada. Su cuerpo estaba tenso, listo para proteger a Noah.

—No pretendíamos hacer nada malo —dijo en voz baja—. Por favor, déjennos en paz.

—Solo necesito entenderlo —respondió Richard—. ¿Por qué su hijo visitó la tumba de Leo?

Siguió un silencio.

Entonces Noé miró hacia arriba y preguntó suavemente: “¿Eres tú el hombre que trae los lirios?”

Richard parpadeó. «Sí… a Leo le encantaban los lirios. ¿Cómo lo sabes?»

La voz de Clara tembló. «Porque… Leo era el padre de Noah. Nunca lo supo. Estaba embarazada cuando murió».

 

 

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