Todas las noches llevaba conmigo sólo la vieja perra de mi abuela, Bertha.

¡No tienes derecho a interferir!”, gritó mamá.
“La herencia está ligada a Bertha”, dijo el abogado con calma. “Y Meredith se llevó a Bertha. Esa es la decisión final”.

Mamá y su tío, llenos de ira, se marcharon.

Legado y promesa

El señor Johnson se volvió hacia mí:
«Cassandra quería que su dinero llegara a buenas manos».

Asentí.
«Donaré la mayor parte al hospital donde trabajo», dije.
«Ahora es todo tuyo. Haz lo que creas conveniente», respondió.

Cuando se fue, Bertha se acurrucó a mis pies.
Lo supe: allá arriba, la abuela sonreía.

Al final, el verdadero legado no fue el dinero,
sino la humanidad que me transmitió.

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