ENCONTRÉ A MI MADRE ARRODILLADA EN EL MÁRMOL DE MI PROPIA MANSIÓN: LO QUE MI ESPOSA LE OBLIGABA A HACER CON MIS HIJOS A LA ESPALDA ME DESTROZÓ EL ALMA

—Su “clase” y sus manos trabajadoras son las que me dieron la vida y la educación para pagar esta mansión donde tú vives como una reina —le dije, con una calma que me asustó incluso a mí—. Y si ella te avergüenza, entonces tú no mereces estar bajo el mismo techo que ella.

—¿Qué insinúas? —preguntó Fernanda, desafiante.

—No insinúo nada. Te lo ordeno. Fuera de esta casa. Ahora mismo.

Fernanda se rio, incrédula.
—Estás loco. No puedes echarme. Soy tu esposa. Soy la madre de tus hijos.

—Eres la mujer que ha torturado a mi madre y puesto en peligro a mis hijos —respondí. Caminé hacia los bebés, que seguían en el suelo, demasiado tranquilos para la tensión que había en el ambiente. Me agaché y olí su aliento. Un olor dulzón, químico.

Mi sangre se heló.
—¿Qué les has dado? —pregunté, sintiendo que el mundo se me venía encima.

Fernanda palideció de verdad esta vez.
—Nada… solo… unas gotitas para que durmieran la siesta mientras yo salía. No paraban de llorar y tu madre es lenta.

—¿Los has drogado? —Me levanté despacio—. ¿Has drogado a mis hijos para que no te molesten?

Saqué el móvil del bolsillo. Mis manos ya no temblaban. Estaba en modo supervivencia. Marqué el 091.
—¿Qué haces? —Fernanda intentó arrebatarme el teléfono, pero la empujé suavemente lejos de mí.

—Policía Nacional, por favor. Quiero denunciar un caso de violencia doméstica, maltrato a una persona mayor y administración de sustancias nocivas a menores. Sí, en La Moraleja. Calle de los Almendros…

 

 

 

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