Fui al cuarto del novio sólo porque había olvidado mi pulsera. Pero en el momento en que abrí la puerta, lo escuché llamarme “cerda gorda” y presumir que sólo necesitaba unos meses después de la boda para quedarse con el dinero de mi familia. Me quedé paralizada… luego presioné grabar. Y cuando finalmente estuve en el escenario de la boda, con el micrófono en la mano, no dije mis votos… lo expuse todo.

—Estoy orgullosa de ti —susurró.

Me armé de valor. Levante el micrófono nuevo.
—Hoy debía ser un día hermoso. Pero prefiero retirarme ahora —con el corazón roto, sí— antes que unir mi vida a alguien que me ve como una transacción.

Los invitados comenzaron a aplaudir. Al principio tímidos, luego más fuertes, más sólidos. Un aplauso que me sostuvo, que me levantó mientras Ethan se encogía bajo el peso de su vergüenza.

—Claire… yo… —intentó decir.

Pero ya nadie tenía interés en escucharlo.

Fue entonces cuando  su padre se levantó .
—Hijo —dijo con voz grave—. Nos vamos.

No fue una sugerencia. Fue una sentencia.

Ethan bajó la cabeza y salió del salón con pasos cortos, derrotados. La puerta se cerró detrás de él, y con ese golpe, el que pudo haber sido mi futuro se desmoronó por completo.

Pero entonces ocurrió algo que no esperaba.

Los invitados, en vez de dispersarse, empezaron a acercarse a mí. Me abrazaban, me hablaban con cariño, con fuerza. La tristeza seguía allí, pero algo empezaba a liberarse dentro de mí.

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