Sergei llegó a casa de Claire tres días después de que comenzara la investigación. «Señora Johnson», dijo, «este hombre es más peligroso de lo que cree. No es solo un estafador. Es un maestro de la manipulación. Sabe cómo influir en la gente y parece estar dispuesto a todo por su propio beneficio».
Claire escuchó, sintiendo un escalofrío de miedo. “¿Pero cómo pudo engañarme?”, preguntó en voz baja.
“Él elige a su víctima”, respondió Sergei, “estudiando cuidadosamente sus debilidades. Confiaste en él porque parecía perfecto. Pero tras esa máscara se escondía una persona capaz de grandes cosas”.
Lily se sentó en el sofá junto a su madre, escuchando cada palabra. “Mamá”, dijo, “sabía que mentía. Vi su verdadera personalidad”.
Claire abrazó a su hija. “Me salvaste, Lily. Eres una verdadera heroína”.
Pero la paz no duró mucho. Unos días después, llegó un correo electrónico. Era anónimo, sin remitente. La carta decía que Michael sabía que los estaban investigando y que no cejaría en sus esfuerzos por regresar y castigar a quienes revelaran su secreto.
Claire sintió un nudo en el estómago. Sabía que el peligro aún no había pasado. Lily también sintió la tensión, pero mirando a su madre, dijo con firmeza: «Podemos con esto, mamá. Juntas».
Las alarmas nocturnas comenzaron cuando Claire revisó las cerraduras de las puertas e instaló cámaras. Lily empezó a aprender informática para ayudar a su madre a monitorear cualquier actividad sospechosa. Cada notificación, cada sombra extraña en la calle, hacía sonar las alarmas.
Una noche, Lily estaba sentada frente a su portátil y notó algo extraño: una cuenta desconocida intentaba conectarse a su red doméstica. Inmediatamente alertó a su madre y al detective. Sergey llegó diez minutos después.
“Es él”, dijo el detective, estudiando los datos. “Intenta espiarte. Tenemos que actuar rápido”.