Una tarde, Marina encontró a Beatriz al teléfono. “Sí, está muy apegada al niño. No es normal. Hay algo extraño en esa chica. Voy a descubrir qué es lo que oculto. No te preocupes”.
Beatriz colgó rápidamente al darse cuenta de que Marina estaba en la puerta.
“¿Algún problema?”
“Ninguno”, respondió Marina, sintiendo un escalofrío.
Esa noche, acunando a Benjamín, se dio cuenta de que había entrado en algo mucho más grande que un simple empleo. Aquella casa tenía secretos. Beatriz tenía intenciones oscuras y ella misma cargaba un pasado que podía destruirlo todo. Pero cuando Benjamín agarró su dedo y se quedó dormido, Marina supo que ya era demasiado tarde. Amaba a ese bebé y el amor, lo había aprendido de la peor manera, siempre cobra su precio.
La Revelación
Dos semanas pasaron. Marina necesitaba actuario. Beatriz no era solo una empleada amargada, era una amenaza real.
Un jueves, Marina terminó saliendo con Benjamín a una consulta. Regresó a pie, dejando al niño durmiendo en el cochecito a la sombra desde donde podía vigilarlo. Entró silenciosamente por la puerta trasera. Subió hasta el cuarto de Beatriz en el ático.
Su corazón latía descompasado mientras revisaba cajones.
Encontró pilas de cartas antiguas dirigidas a Alesandra, la esposa fallecida, todas abiertas. Leyó una: “Querida Alesandra… necesito advertirte. Beatriz no es quien parece. Fue despedida de la casa de los Montenegro por robo y manipulación. Por favor, ten cuidado. Tu prima Julia”. La carta era de dos meses antes de la muerte de Alesandra.
Marina lo fotografió todo con el móvil, las manos temblando.